Por: Óscar Segura Heros

El experimento de la política exterior de EE.UU. llegó a su fin en Afganistán. Tras veinte años de intervención militar y de intentar crear un estado viable los talibanes tomaron el poder nuevamente despertando los temores del pasado.

El interés de EE.UU. por Afganistán surgió a raíz de los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001 a manos del grupo Al – Qaeda, el cual recibía el apoyo del entonces gobierno talibán, por lo que la invasión a este país tuvo como meta el acabar con ambas organizaciones.

Tras la caída de los talibanes, EE.UU. justificó su presencia en el país por la lucha contra el terrorismo y para construir un estado democrático e institucionalizado al estilo occidental. Sin embargo, luego del asesinato del líder de Al-Qaeda, Osama Bin Laden en 2011, el interés por construir una nación viable cada vez fue perdiendo fuerza en Washington.

Desde entonces, los objetivos como crear un ejército nacional capaz de enfrentar por sí mismo a los talibanes para sostener un gobierno democrático donde se respetarán los derechos de sus ciudadanos, en especial las mujeres, fueron siempre endebles. En general, el control gubernamental sobre el territorio afgano siempre fue limitado debido a los diversos grupos tribales del país y a la presencia constante del talibán en las zonas rurales que nunca pudo ser eliminado.

Debido a esto el gobierno afgano nunca puedo controlar íntegramente el territorio y solo pudo sostenerse en la capital Kabul y en algunas ciudades importantes, conforme las tropas internacionales se retiraron nuevamente fueron cayendo en las manos de los talibanes.

A esto le sumamos la cuestión de la corrupción normalizada al interior de sus fuerzas armadas, cuyos líderes se beneficiaron de la ayuda militar estadounidense, lo que ocasionó que incluso sus propias tropas no recibieran sus sueldos o provisiones provocando deserciones masivas.

Como se vio en las últimas semanas el ejército afgano fue incapaz de enfrentar a los talibanes quienes rápidamente pudieron tomar el país, incluyendo la capital Kabul. Esto daría una explicación de cómo 60 mil talibanes vencieron a 300 mil soldados gubernamentales.

De esta manera, luego de 700 mil millones de dólares en ayuda internacional, más de 2,500 muertos estadounidenses, la intervención militar de varios países europeos y la constante cooperación internacional durante 20 años, la conclusión de la comunidad internacional fue que Afganistán era un hoyo sin fondo e inviable.

Muestra de ello son los últimos tres presidentes estadounidenses Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden que coincidían en lo necesario de retirar a las tropas estadounidenses de este país y dejar a los afganos que luchen por su propio país.

Los nuevos talibanes

El avance de los talibanes ha sido sorprendente y rápido, si bien los informes de inteligencia indicaban que en tres meses este grupo se apoderaría del país, la caída de la capital Kabul y el colapso del gobierno ocurrió antes de lo esperado.

Debido a esto, la toma del poder por parte de este grupo fundamentalista islámico vuelve despertar los peores de temores a volver a los tiempos oscuros en los cuales gobernó con puño de hierro aplicando la interpretación más rígida de las leyes islámicas que vulneraron los derechos de minorías étnicas, opositores políticos y en especial las mujeres.

Sin embargo, veinte años después una nueva generación ha surgido tras la invasión estadounidense y hoy hay un esfuerzo en dar el mensaje que no habrá venganzas, ni ensañamientos y que se respetarán, por ejemplo, los derechos de las mujeres, sin embargo, hay dudas razonables sobre si estas promesas son creíbles.

Los nuevos talibanes hoy son más fuertes que en el 2001, en los últimos años los EE.UU. han negociado con este grupo en Doha, Qatar, reconociéndolos de esta manera como interlocutores válidos, lo cual implica un importante logro internacional.

Vale recordar que las negociaciones entre Washington y los talibanes son desde el 2018 y las más recientes del 2020, resultado de ellas el grupo armado se comprometía a no proteger a grupos terroristas como Al-Qaeda, mientras que gobierno estadounidense levantaba las sanciones a los líderes talibanes. Tras eso el plazo para la retirada norteamericana y sus aliados occidentales empezó a correr.

Es así que este grupo a pesar de tener un origen fundamentalista religioso y que ya dio muestras de cometer los peores crímenes terminó siendo el mal menor de la política exterior estadounidense a cambio de la promesa aún dudosa de que no convertir el país nuevamente en un refugio de organizaciones como Al-Qaeda o el Estado Islámico.

Las lecciones de la historia

Si bien la retirada de EE.UU. de Afganistán prácticamente había terminado, la caída del gobierno afgano tras la huida de su presidente Ashraf Ghani despierta el fantasma de la caída de Saigón en 1975 cuando la Guerra de Vietnam terminó tras una larga y desgastante guerra.

Eran tiempos de la Guerra Fría cuando EE.UU. tenía como meta frenar la expansión del comunismo por lo que apoyó militar y económicamente durante años Vietnam del Sur para evitar que caiga en manos de Vietnam del Norte, el resultado fue crear un país dependiente de la ayuda externa y que no pudo sostenerse cuando Washington decidió que era momento del repliegue.

Similar situación ocurrió en Afganistán en el siglo 19 con la invasión británica y luego en el siglo 20 con la Unión Soviética, ambos con proyectos políticos trataron de imponer por la fuerza un gobierno a su medida y de alguna manera “civilizar” a esta sociedad.  El resultado siempre fue que ambas potencias tuvieron que retirarse tras dejar al país al borde del caos y la guerra civil.

Nuevamente en el siglo 21, EE.UU. intentó crear una república en un país marcado por las diferencias étnicas y tribales. De esta forma, una vez más, la idea de imponer un régimen democrático sin tomar en cuenta las particularidades culturales tuvo un costo muy alto y terminó en fracaso.

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